martes, 28 de mayo de 2013

RONDA Y SU SERRANIA

Ronda, ciudad en la altura, aislada en su insularidad fluvial, al borde de un abismo de vértigo, iluminada y asombrada, atormentada por la forja de espadas “que desolaron el poniente y la aurora” (Borges); en vilo estilita “por el aire inmortal que la sostiene” (Pérez-Clotet). Ronda, fiel reflejo del desasosegado Rilke cuando pisó sus calles en diciembre de 1912 y se quedó allí hasta febrero del año siguiente. Rilke caminando por España huyendo de sí mismo o buscándose sin encontrarse. En Toledo no pudo escribir, demasiado deslumbramiento. Estaba convencido de que en aquel lugar solo podían hacerlo los profetas. En carta a Marie von Thurn und Taxis (desde Ronda, en diciembre de 1912) le muestra su descontento con Sevilla y el propio descontento consigo mismo. Sufría dolores físicos y espirituales, su perpetua enfermedad creadora, que en Sevilla se le agudizaron estérilmente. Sin embargo, en Córdoba alcanzó cierta tregua de paz. En esta misma carta a su mentora le confiesa que allí leyó el Corán y se convirtió a un “anticristianismo casi furibundo”. Curioso comentario cuando muchos de los poemas que escribió en Ronda tienen, por el contrario, un acentuado simbolismo cristiano; por ejemplo, Resurrección de Lázaro o La asunción de María.
Anton kipperbeng afirma rotundamente que Ronda colmaba todas sus expectativas: “La localidad muy española encaramada del modo más fantástico y grandioso a una montaña y reunida sobre dos enormes verticales moles de roca que corta el angosto y profundo tajo…”. Al mismo Kippenberg le hacía este otro curioso comentario: “Si uno recuerda las pequeñas ciudades belgas, hay ciertos motivos para creer que son más españolas de lo que se piensa, y es que cuánto y qué claramente ha entrado España a través de los Habsburgo en la sangre de otros muchos países: tanto que uno se encuentra aquí con cosas que ya le eran conocidas antes”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario