Nuestro cerebro está tan acostumbrado a ver caras que usualmente detectamos los rasgos faciales allí donde no los hay, como en las piedras, las nubes o una mancha en la pared. Este fenómeno se conoce muy bien en la Psicología y recibe el nombre de pareidolia. En práctica, la pareidolia consiste en percibir erróneamente un estímulo que es vago o aleatorio y darle una forma reconocible.
Obviamente, todas las personas no tenemos la misma habilidad para distinguir rostros de patrones aparentemente inconexos. Por eso ahora un estudio se ha preguntado por qué algunas personas son más propensas que otras a percibir rostros ilusorios.
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