viernes, 21 de marzo de 2014

Revistas de toros

No sólo de PAH vive el hombre. El otro día me fui a los Encantes, donde se amontonan los libros sin casa, viejas bibliotecas desahuciadas por defunción del dueño, o por no poder atender. Los Encantes se han convertido ahora en un centro comercial con sus diferentes niveles y su planta baja a modo de zoco, con rampas igual que líneas ascendentes en un gráfico, y el restaurante como prolongación del consumo. Los centros comerciales están cobrando vida: son inteligentes, tienen estómago y se reproducen. A los Encantes ya no se va a la ventura, se va a comprar como también se va a comprar al centro de Barcelona o a los museos. Les han quitado a los Encantes el polvo, la tierra, el suelo, todo lo que somos, la ocasión, la pobreza... Esa es la palabra. 





El Ayuntamiento se ha empeñado en ocultar la pobreza en todas sus manifestaciones, en las dolorosas y en las dignas. Lástima que no ponga el mismo empeño en solucionarla. Al Ayuntamiento le da miedo la intemperie, y por eso ha desnaturalizado ese mercadillo, que en esencia no es más que un callejón de almas perdidas, un saco con pulgas donde duermen tesoros. En unos encantes callejeros, en los del Jeu de Balle de Bruselas, es donde Hergé empieza a contar la historia de El secreto del Unicornio; pero, en la Barcelona de hoy, a Tintín le hubieran pedido un ojo de la cara por la maqueta del barco y ni siquiera estaría en el suelo entre mil cacharros, pues no habría cacharros en el suelo sino en mostradores de metacrilato, etiquetados con palabras tahúr comovintageo coleccionismo. Aunque lo más probable es que Hergé hubiese pasado de entrar en los Encantes al ver ese edificio donde los han metido, que es como un monumento bizarro al hipermercado, a la gran superficie; de modo que estaríamos tal como estamos ahora. Igual que el coronel no tuvo quien le escribiera, los Encantes no tienen quien los dibuje.

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